No podemos ser tan infames como
parecemos. No puedo aceptar que las personas seamos tan tozudamente
sumisas por definición. No me lo creo. ¿Cúal es, entonces, el truco?
En los tiempos que corren, a menudo nos sorprendemos haciendo o diciendo
cosas que no nos creemos del todo... y haciéndolo, como dice la abuela
de una amiga, por un plato de arroz. Los abusos son mayores cada día y
la compensación, por contra, cada día más pequeña. Podríamos pensar que
ante tales atropellos las personas nos levantaremos en armas, quemaremos
las calles, arderá la Bastilla... a menudo oímos o decimos "un día de
estos pasará algo gordo". Sin embargo, pasa todo... y no pasa nada.
Seguimos funcionando más o menos igual. Cambiando poco o nada nuestras
elecciones vitales. Seguro que no soy la única que piensa: ¿Por qué
mierda seguimos permitiendo todo esto? ¿Por qué no hacemos nada? ¿Por
qué seguimos aceptando un sistema en el que no creemos si a cambio
obtenemos... nada?
Hay un concepto básico en psicología que me da la pista: la disonancia
cognitiva. Simplificando mucho, es la tensión que se genera en nosotros
cuando tenemos ideas o creencias que entran en conflicto. Esta teoría
predice que distorsionaremos la realidad para que encaje con la idea que
tenemos de nosotros. Tenemos la conmovedora necesidad de justificar
constantemente las propias elecciones porque, sobre todas las cosas,
necesitamos creer que somos buenos, honestos, veraces, justos... lo que
sea que cada uno se explique a si mismo. ¡Necesitamos creer que hemos
actuado bien! Cualquier situación que ponga en peligro nuestra idea de
nosotros mismos nos provoca un profundo conflicto o disonancia que no
somos capaces de tolerar. Necesitamos eliminarla... ¡como sea! Y, para
eso, nuestra cabeza empieza a mentirnos...
El señor Arthur R. Cohen llevó a cabo un experimento cuyos resultados me
dejaron en shock. Cohen eligió a un grupo de estudiantes a los que se
les pidió que redactasen un texto defendiendo las brutales acciones
emprendidas por la policía en unos recientes disturbios estudiantiles.
Por supuesto, el psicólogo eligió para ello a los estudiantes más
críticos con los sucesos. Es decir, tenían que defender algo con lo que
estaban en profundo desacuerdo y por hacerlo, recibirían una
remuneración. Había 4 sueldos distintos que se repartieron
aleatoriamente: unos absurdamente bien pagados, otros sólo recibieron un
centavo. Una vez terminado el ejercicio, se les pidió que expusiesen en
voz alta sus verdaderas convicciones. ¿Cúales fueron los resultados?
Los estudiantes que habían aceptado defender a la policía por el mejor
de los sueldos, volvieron a defender acaloradamente su posición
original. Aquellos que lo hicieron por un centavo mostraron una actitud
mucho más comprensiva hacia la policía. Sí, has entendido bien: ¡los más
comprensivos con la policía fueron aquellos que recibieron sólo un
centavo!
Por alucinante que pueda parecernos, Cohen y una multitud de colegas
suyos llevan décadas demostrando que cuanto menor la justificación
externa, mayor la sumisión. Aquellos alumnos que recibieron una buena
remuneración no modificaron ni un ápice sus convicciones. Habían hecho
lo que habían hecho por un motivo: la pasta. Desaparecida la recompensa,
terminada la sumisión. Sin embargo, aquellos que dijeron que sí a
cambio de nada entraron en conflicto con la idea que tenían de si
mismos. Para reducir su sensación de estupidez, modificaron sus
creencias al respecto. Los bien pagados se someten, pero sólo
momentáneamente. Los mal pagados, lo harán de manera profunda y duradera
porque modificarán su manera de ver las cosas para justificar que
aceptaron... ¡por un centavo!
La teoría de la disonancia explica porqué seguimos comulgando aunque
todo tenga cada vez menos sentido. Predice con exactitud lo que está
ocurriendo: que cada vez recibimos menos, pero cada vez claudicamos más.
Para no sentirnos absurdos siendo partícipes del despropósito, nos
formateamos una y otra vez, hasta creer que lo que tenemos nos gusta.
Nos convencemos que aquello (trabajo, relación, amigos, x), que no nos
compensa de ninguna de la maneras, "en el fondo, tampoco está tan
mal...". Y esta se convierte en la más peligrosa de las sumisiones, en
la más duradera, porque estamos predispuestos a modificar nuestras
convicciones a fin de preservar nuestra idea de nosotros mismos. Ya no
necesitamos guardián. Somos nosotros los que le buscaremos sentido a lo
que no lo tiene.
¿Significa esto que estamos vendidos? No, no, no. Pero... ¡ten siempre
un buen motivo para hacer lo que sea que estés haciendo! Cuando un
lugar, situación o relación no te compense de alguna manera... ¡huye!
Porque, sino, ése será el día en que empieces a sabotearte a ti mismo.
¿Por qué no ha estallado (aún) la violencia en España?
Es uno de los comentarios más escuchados en los últimos tiempos en España: “Tal y como están las cosas, me extraña que la gente aún no haya salido a arrasar con todo”. La “gente”, claro, son los demás porque quien lo dice suele expresar una mezcla de estupefacción, deseo implícito y temor a que estalle la violencia.
¿Por qué no ha estallado la violencia en España? Todos hablamos de la crisis pero no nos ha afectado a todos por igual. Este clarificador gráfico indica que son los más desfavorecidos –el 30% menos pudiente- el que más ha mermado sus ingresos y su calidad de vida. Es decir, los parias… “Y los parias no suelen hacer las revoluciones –explica Florentino Moreno, profesor de Psicología Social de la Universidad Complutense-. La historia nos demuestra que han sido las clases medias y los burgueses los que han encabezado las revoluciones, generalmente cuando sus expectativas se han visto frustradas. No fue el lumpen el que tomó La Bastilla, sino los comerciantes. De hecho, en los países más pobres, como los africanos, nunca se han producido revueltas políticas violentas”.
El factor frustración es troncal en la eclosión de la violencia colectiva. Según el modelo propuesto por Hugh Davis en 1962, un detonante de la violencia sería la “privación progresiva”, es decir el inconformismo creciente de un individuo posterior a la prolongada espera para obtener algo: “No solo estoy mal sino que me comparo con mis propias expectativas”.
“Es más probable que ocurra una revolución cuando a una época prolongada de crecimiento social y económico siguen períodos cortos de reveses agudos –explica la teoría de Davies- “… la gente aprende a esperar mejorar continuas”.
“Existen varios factores que explican la relativa paz social en España –responde Florentino Moreno-. Por un lado, la dispersión de la identidad social. Se han desdibujado conceptos como el sentimiento de pertenencia a una clase, muy fuerte en conflictos anteriores. A esta dispersión social hay que sumar una dispersión geográfica”.
“En relación con lo anterior, ha tenido lugar un largo proceso de hiperpsicologización de la población: nuestro problema es solo nuestro. Cada cual tiene que buscar su propia salida”.
“Un tercer factor –prosigue Moreno- es la percepción de que no se han agotado las alternativas no violentas: la violencia se ejerce por cambiar mucho, no por cambiar un poco”. En el mismo sentido se aplica la deslegitimización de la violencia como herramienta de cambio en las últimas décadas, un zeitgeist opuesto al que se vivía en los años 70 y 80: “No existe nadie ahora mismo que tenga un discurso que justifique la violencia como reacción a la violencia del sistema. Con la posible salvedad de Negri, la violencia se considera un recurso último y muy devaluado”.
Cuando la violencia amenaza con llegar a las calles, el Estado y su brazo armado, la Policía, ejercen un “eficaz control social preventivo”, apunta Elena Ayllón, del mismo departamento de Psicología Social de la UCM: “La Policía está trabajando con mucha perspicacia para localizar y desactivar los posibles focos de conflicto antes de que estalle la violencia. Los líderes son reprimidos o bien las demandas de los colectivos más beligerantes son satisfechas”, explica. En caso de que esto falle, la violencia está “muy penalizada”, como demuestra el endurecimiento del Código Penal que ultima el ministro Gallardón.
Por último, pero no por ello menos importante, es la existencia de un “factor precipitante” –el último de los seis factores contemplados por el sociólogo Dinam Smelser en su modelo de 1962-, una chispa que prenda el combustible de la indignación, como fue el apaleamiento de Rodney King por la policía, que desembocó en los mayores disturbios del siglo XX en Estados Unidos o la muerte de dos adolescentes de origen africano en París, que desencadenaron una violentísima revuelta en Francia en el verano de 2005.
Es uno de los comentarios más escuchados en los últimos tiempos en España: “Tal y como están las cosas, me extraña que la gente aún no haya salido a arrasar con todo”. La “gente”, claro, son los demás porque quien lo dice suele expresar una mezcla de estupefacción, deseo implícito y temor a que estalle la violencia.
¿Por qué no ha estallado la violencia en España? Todos hablamos de la crisis pero no nos ha afectado a todos por igual. Este clarificador gráfico indica que son los más desfavorecidos –el 30% menos pudiente- el que más ha mermado sus ingresos y su calidad de vida. Es decir, los parias… “Y los parias no suelen hacer las revoluciones –explica Florentino Moreno, profesor de Psicología Social de la Universidad Complutense-. La historia nos demuestra que han sido las clases medias y los burgueses los que han encabezado las revoluciones, generalmente cuando sus expectativas se han visto frustradas. No fue el lumpen el que tomó La Bastilla, sino los comerciantes. De hecho, en los países más pobres, como los africanos, nunca se han producido revueltas políticas violentas”.
El factor frustración es troncal en la eclosión de la violencia colectiva. Según el modelo propuesto por Hugh Davis en 1962, un detonante de la violencia sería la “privación progresiva”, es decir el inconformismo creciente de un individuo posterior a la prolongada espera para obtener algo: “No solo estoy mal sino que me comparo con mis propias expectativas”.
“Es más probable que ocurra una revolución cuando a una época prolongada de crecimiento social y económico siguen períodos cortos de reveses agudos –explica la teoría de Davies- “… la gente aprende a esperar mejorar continuas”.
“Existen varios factores que explican la relativa paz social en España –responde Florentino Moreno-. Por un lado, la dispersión de la identidad social. Se han desdibujado conceptos como el sentimiento de pertenencia a una clase, muy fuerte en conflictos anteriores. A esta dispersión social hay que sumar una dispersión geográfica”.
“En relación con lo anterior, ha tenido lugar un largo proceso de hiperpsicologización de la población: nuestro problema es solo nuestro. Cada cual tiene que buscar su propia salida”.
“Un tercer factor –prosigue Moreno- es la percepción de que no se han agotado las alternativas no violentas: la violencia se ejerce por cambiar mucho, no por cambiar un poco”. En el mismo sentido se aplica la deslegitimización de la violencia como herramienta de cambio en las últimas décadas, un zeitgeist opuesto al que se vivía en los años 70 y 80: “No existe nadie ahora mismo que tenga un discurso que justifique la violencia como reacción a la violencia del sistema. Con la posible salvedad de Negri, la violencia se considera un recurso último y muy devaluado”.
Cuando la violencia amenaza con llegar a las calles, el Estado y su brazo armado, la Policía, ejercen un “eficaz control social preventivo”, apunta Elena Ayllón, del mismo departamento de Psicología Social de la UCM: “La Policía está trabajando con mucha perspicacia para localizar y desactivar los posibles focos de conflicto antes de que estalle la violencia. Los líderes son reprimidos o bien las demandas de los colectivos más beligerantes son satisfechas”, explica. En caso de que esto falle, la violencia está “muy penalizada”, como demuestra el endurecimiento del Código Penal que ultima el ministro Gallardón.
Por último, pero no por ello menos importante, es la existencia de un “factor precipitante” –el último de los seis factores contemplados por el sociólogo Dinam Smelser en su modelo de 1962-, una chispa que prenda el combustible de la indignación, como fue el apaleamiento de Rodney King por la policía, que desembocó en los mayores disturbios del siglo XX en Estados Unidos o la muerte de dos adolescentes de origen africano en París, que desencadenaron una violentísima revuelta en Francia en el verano de 2005.
fuente: http://www.pimpmy-mind.blogspot.com.es/?zx=c156a1561c9d3073
http://www.yorokobu.es/violencia/
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