Han sido años de miedo a la derecha desde la derecha.
Han sido demasiados años escuchando a los mayores recordando la
disolución del golpismo, o lo que se hizo por la sanidad y la educación
pública en este país hace ya tres décadas. Han sido años de esperanzas
frustradas una y otra vez; han sido años de espejismos. Si de verdad se
quiere dar paso a un nuevo tiempo político desde la izquierda, debemos
ser claros respecto al PSOE.
Porque fue
precisamente el Partido Socialista el que implantó el trabajo precario a
fines de los ochenta; los tribunales condenaron a un Ministro del
Interior del PSOE, así como a diversos altos cargos, por secuestro y
malversación en relación a una banda armada que asesinó a cerca de 30
personas; hubo, y siguen dándose, mil y un escándalos de corrupción; se
creó una fuerte y jerárquica burocracia partidista, donde todos se daban
codazos de puertas adentro y se colocaban de puertas afuera. El PSOE
incumplió pronto su palabra para meternos en la OTAN. Aceptó
entusiasmado los tratados europeos que construían una Europa fortaleza y
neoliberal. Se plegó a los banqueros desde tiempos de Miguel Boyer,
Carlos Solchaga y la beautiful people,
¿recuerdan? Las privatizaciones las comenzó Felipe González, hoy en Gas
Natural. El PSOE fue más duro incluso que el PP al abordar la
inmigración, con redadas policiales xenófobas y el fortalecimiento
‘rubalcabiano’ de un régimen que atemorizaba a los sin papeles con las
deportaciones y los Centros de Internamiento para Extranjeros (CIE).
Mientras, se mantenían los privilegios de la Iglesia Católica y, de
manera vergonzante, no ha dejado de apoyarse a la Monarquía. Nunca se
actuó para quebrar la estructura y la cultura institucional heredada del
franquismo que se insertaba en la policía, y a día de hoy seguimos
sufriendo las consecuencias. Zapatero falló a todo un país cuando dejó
su tímido programa a un lado en mayo de 2010 para iniciar, con fuerza,
el trágico camino de los recortes sociales. Como es sabido, este
tránsito finalizó en una reforma de la Constitución hecha a espaldas de
la ciudadanía.
Pero son amables,
educados y tolerantes al hablar; se saben muy bien la teoría. No son
cavernícolas con el tema del aborto, y han traído el matrimonio
homosexual. Se opusieron a la Guerra de Irak —aunque enseguida nos
metieran en Afganistán—, y crearon un Ministerio de Igualdad en una
digna política contra la violencia machista. Aunque nunca han hecho
ascos a utilizar la represión policial en diversas variantes, saben de
su base social y seguramente nunca pondrían a personajes como Francisco
Javier Ansuátegui o Cristina Cifuentes como Delegados del Gobierno en
Madrid. El problema más gordo que tienen es que ahora mismo no recuerdo
mucho más.
Porque bien pensado, todo lo anterior
les sitúa si acaso como el menos malo de los dos partidos hegemónicos
que se turnan en el poder desde 1982. Nunca han tocado las líneas
principales de la economía neoliberal. Jamás se han atrevido a alterar
una estructura fiscal injusta y regresiva. Su política medioambiental,
cuando afrontamos una crisis climática monumental, ha sido más de lo
mismo: desde medidas para la galería hasta políticas abiertamente
antiecológicas. Sobre sus reformas universitarias no hay más que
estudiar la puesta en marcha que hicieron de la llamada Estrategia
Universidad 2015, que en breve rematará el PP siguiendo la misma línea.
Rinden pleitesía a los bancos, como confesó Miguel Sebastián
que le ordenaba Pepe Blanco, y son ya demasiados los que abiertamente
tratan de colocarse en multinacionales privatizadas cuando se jubilan de
la política. Suelen hablar de democracia en público y tirar de
despotismo en los pasillos sin despeinarse; lástima produce cuando
observas a algún/a joven aprendiz tomando nota.
Sin
ser los únicos en esto, hay modos no democráticos de hacer política que
se han incrustado demasiado en el ADN institucional de este partido.
Pocos se atreverían a afirmar que se permite la transparencia, la
libertad de expresión y la horizontalidad en sus estructuras. Mucho me
temo que el concepto que más acude a la cabeza de la gente de izquierdas
al pensar en ellos, tras tanta decepción, ya es sólo hipocresía.
Comprobemos, si no, lo que está sucediendo con su periódico, perfecto reflejo del progresismo impostado de este país.
Ahora pretenden plasmar en su Conferencia Política
un proceso de diálogo con ciudadanos y militantes. Por supuesto, nada
de hablar de romper con el funcionamiento interno del partido, ni de
cuestionar (siquiera por primarias) a la dirección. ¿Recuerdan a las
dirigentes que luego fueron ministras del gobierno de Zapatero en las
manifestaciones contra la LOU? Yo casi me lo creía. Es decir, ya sabemos
que pueden marearnos, acercarse, dialogar, montar primarias
“estratégicamente”…. para luego en el poder hacer lo de siempre. Han
perdido todo derecho a la confianza.
La postura del
PSOE durante los últimos años en el tema fundamental de los desahucios, a
pesar de las contorsiones de última hora, es lo que ha causado las
últimas deserciones de antiguos simpatizantes. ¿Se puede votar hasta 4
veces en el Congreso a favor de los bancos en este tema? ¿Cómo han sido
capaces de sobrevolar indiferentes el profundo dolor de las clases
populares de este país, cuando podían haberlo detenido? ¿Quién les va a
creer ahora? Más de 500 desahucios al día, que se dice pronto. Familias
arruinadas de por vida, suicidios evitables, 400.000 ejecuciones
hipotecarias desde 2007, contrastan con los rescates bancarios y con la
ya indeleble imagen de Alfredo Sáenz indultado por los socialistas.
Sumado al asunto de los desahucios, de la corrupción y al aire fresco
que demanda ya tanta gente, la imagen negativa que desprende la actual
dirección es otro gran hándicap para el PSOE, quizá el definitivo. Se
trata de una dirección gris y sumisa, aún ahíta de poder, que mira mal
cualquier intento de cambio interno empeñada en ganar tiempo no sé sabe
para qué. Lo peor no es que ya no les creamos, es que han dejado de
creerse a sí mismos hace mucho tiempo. Son además tantos y tan profundos
los cambios que debiera afrontar una nueva dirección, que lo razonable
para los regeneradores sería empezar desde otras coordenadas.
El PSOE no sirve por tanto a la izquierda, hoy menos que nunca. Porque
si alguna vez estuvo allí, lo que es seguro es que hace tiempo que no
sabe dónde está. La socialdemocracia no llegó a desarrollarse en nuestro
país, a pesar de que un partido supuestamente socialista estuvo en el
gobierno más de veinte años. Aun así, es dudoso que las propuestas
socialdemócratas tengan espacio en un escenario donde el capitalismo,
para sobrevivir, anda desbocado provocando crisis gigantescas en el
primer mundo. En la dirección del PSOE tampoco hay ya en cualquier caso
socialdemócratas que busquen siquiera domar al capitalismo mediante
nuevos ingenios; sólo dirigentes temerosos de la jerarquía, sometidos a
los dictados de los poderes financieros y sin libertad para cultivar
unos vínculos democráticos con quienes supuestamente representan.
Se precisa coraje e imaginación para afrontar las grandes rupturas por venir, pues estamos ante un tiempo nuevo.
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