Ha resultado entretenido observar las
diferentes reacciones ante la noticia: un choque de trenes ha tenido
lugar en el mundo del espectáculo en el momento en que Disney compraba
Lucasfilm a su creador y hasta entonces propietario, George Lucas,
por la modestísima suma de 4000 millones de dólares. Ha sido impactante
ver a Lucas renunciando a su trono y cediendo su franquicia; casi como
encontrarse a Gollum en una casa de empeño vendiendo el famoso Anillo
para jugar a la tragaperras. Uno no se lo esperaba. Con sus aspectos
mejores y peores, George Lucas era uno de los últimos grandes elementos
independientes de la industria. Ahora es solo un millonario más, pero ya
no manda sobre nadie, salvo que los nuevos señores de Disney se lo
permitan de vez en cuando para tenerlo contento y que no le dé una
pataleta de las suyas.
Por un lado, los medios de información
económica han alabado con profusión las posibilidades de la operación: a
la prensa salmón suele complacerle que lo grande se haga todavía más
grande —su fascinación por los récords y las altas cifras no la aleja
mucho de la prensa deportiva, me da la impresión— y parecen asistir
hipnotizados al fenómeno de gigantización de las corporaciones. Desde
luego, a nadie le cabe duda de que Disney dispone de todos los medios
para exprimir al máximo el fruto más rentable de Lucasfilm, esto es, la
saga Star Wars y su interminable catálogo de productos
asociados. La factoría Disney posee los canales de distribución —ya sean
cinematográficos, de merchandising o incluso de parques temáticos—
necesarios para que esa explotación alcance cotas incluso superiores a
las ya conocidas. Por otra parte, la división cinematográfica de Disney
posee también una importante capacidad de producción, que ahora se ve
considerablemente enriquecida porque en la venta de Lucasfilm está
incluida ni más ni menos que Industrial Light and Magic, la maquinaria
más avanzada en cuanto a creación de efectos especiales, una empresa
también creada por papá Lucas y también provechosísima desde el punto de
vista económico. Disney era hasta ahora un importante cliente de ILM,
pero ahora podría ahorrarse unos 20 millones de dólares anuales en
costes de producción al poder fabricarse en casita esos FX
“state-of-the-art” que antes George Lucas les servía de encargo. Además,
quien quiera ahora disponer de los servicios de ILM tendrá que
apoquinar a Disney.
Aunque no pensemos que la compañía del
tío Gilito estaba pensando en esto cuando compró Lucasfilm. El ahorro de
20 millones puede parecernos enorme, pero para una corporación tan
grande como Disney supone una diferencia marginal. El cine es solo una
porción modesta de los ingresos de la compañía, que obtiene buena parte
de sus beneficios de su conglomerado mediático —posee muchas cadenas de
televisión, entre ellas la ABC o la ESPN— y de sus parques temáticos. La
compra de Lucasfilm aumentará sin duda sus beneficios, pero el cine
seguirá siendo secundario (financieramente hablando) en el esquema,
aunque constituye para Disney lo mismo que un plato estrella para un
restaurante: la tarjeta de presentación y la marca de la casa. En
definitiva, si existía alguna empresa idónea para sacarle todavía más
partido al fértil patrimonio de Lucasfilm, esa era precisamente Disney.
Quizá la noticia nos tomara por sorpresa, pero este tipo de compraventas
no son nada nuevo. Disney ya adquirió Marvel y Pixar como bien sabemos;
es más, hace unos años incluso ella misma estuvo a punto de ser
adquirida a su vez por Comcast, la mayor compañía de televisión por
cable de los EEUU. No fue así y ahora es la saga Star Wars la que pertenece a los herederos del tío Walt. Aunque ya poco de familiar tiene la empresa, todo hay que decirlo: el sobrinísimo Roy Disney,
último miembro de la dinastía que figuró en la cúpula directiva, murió
en el 2009 no sin antes haber sido relegado a la función de lámpara
decorativa por su rival Michael Eisner, también conocido como la versión humana de Mr. Potato.
Aunque, según cuentan, el antiguo despacho de Roy Disney continúa vacío
y los nuevos directivos han tenido el detalle de no convertirlo (aún)
en un cuarto para guardar las fregonas. Pero bueno, cosas de ricos, como
si algo de esto nos importara demasiado a quienes mes tras mes
combatimos la fiebre de los números rojos.
Sin embargo, todos en la vida somos fans de una cosa u otra, y desde luego muchos somos fans de la saga Star Wars,
que es por lo que este tipo de noticias tiene tanta repercusión. El que
Mr. Potato siente al último miembro de los Disney en una mecedora y lo
coloque junto al brasero para tenerlo entretenido viendo películas del
Oeste nos resulta bastante indiferente: es poco probable que lo que
percibimos de la compañía Disney, o sea sus productos de
entretenimiento, cambie radicalmente a causa de ello. Pero ver a George
Lucas vendiendo Lucasfilm es distinto: va a afectar considerablemente al
futuro (y desgraciadamente, al pasado) de la saga galáctica venerada
por todos, así que de repente ponemos las orejas en punta. El matrimonio
entre Disney y Lucasfilm ha provocado una reacción inmediata entre los
fans, representada en multitud de fotomontajes y caricaturas que han
aparecido por todas partes: Mickey Mouse con una espada láser, Darth
Vader con orejas de ratón, Yoda y Goofy departiendo amistosamente o la
princesa Leia posando ufana con las descafeinadas princesas de cuento de
la factoría Disney. Esto responde a una inevitable imagen mental: la
compraventa ha despertado el temor ante una posible infantilización de
la saga. Disney y Lucas no han contribuido a disipar ese temor, ya que
las imágenes con que han celebrado el acuerdo (como los personajes
clásicos de Disney vestidos al modo Star Wars) son, por decirlo de
manera suave, bastante tétricas. Porque muchas de esas imágenes no son
fotomontajes… sino ideadas por la propia Disney. Glups.
En realidad es un temor infundado: la segunda trilogía de películas Star Wars
ya se encargó de convertir ese universo en un producto pueril y
descafeinado, siguiendo esa tendencia innata de George Lucas a
infantilizarlo todo que podemos rastrear tan pronto como en El retorno del Jedi
con la inclusión de un ejército de peluches, o en aquel especial de
Navidad que en su momento muchos fans prefirieron olvidar cual un
embarazoso desliz… aunque sirvió para tener una nueva y turbadora visión
del atómico modelito de la princesa Leia.
Hoy ya sabemos que el cineasta de la permanente lo infantiliza todo. A
George Lucas solo le interesa el dinero, como a casi todo el mundo en la
industria del cine, pero a este afán recaudatorio se suma su casi
completa carencia de criterio y de buen gusto. Con el problema añadido,
claro, de que siendo el único amo y señor de Lucasfilm no tenía a nadie
que se atreviese a llevarle la contraria y los resultados de ello
quedaron bien a la vista. Desde el punto de vista de un espectador no
hay motivos sólidos para pensar todavía que Disney lo hará peor que
Lucas en solitario, básicamente porque sería difícil superar el fiasco
de los episodios I, II y III. De todos modos la suerte está echada y una
nueva trilogía de largometrajes ha sido anunciada tan pronto como la
transacción se ha hecho pública. Hay quienes temen que bajo la tutela de
Disney la “galaxia muy, muy lejana” se esterilice y desinfecte para
hacerla inofensiva, hasta el punto de que ni siquiera haya giros a la
oscuridad como en La venganza de los Sith, por más que dichos giros resultasen forzados, fuera de lugar e incluso ridículos. Se asustan ante la posibilidad de que Star Wars
termine convertida (aún más) en un interminable anuncio de juguetes,
videojuegos y parafernalia varia en la que nada asuste a los críos de
pecho ni ofenda a sus acongojados padres. ¿Hasta qué punto cambiará de
tono Star Wars ahora que va a ser producida por Disney?
¿Seguirá Lucasfilm actuando con cierta independencia creativa o querrá
meter la nariz el nuevo jefazo de Disney, Bob “juro que no soy un Sánchez-Vicario” Iger?
Sabemos que George Lucas estará
involucrado en las nuevas secuelas, aunque a priori resulta difícil
discernir qué relevancia tendrá su presencia. ¿Realmente le darán voz y
voto a Lucas, o estará ahí simplemente como convidado de piedra para
legitimar las nuevas películas con la mera inclusión su nombre?
Suponiendo, se entiende, que de cara al público su nombre todavía
legitime algo respecto al universo que él mismo construyó. Por el
momento parece que desempeñará importantes funciones, ya que por lo
visto participará como guionista y ayudante de dirección en la nueva
película, lo cual parece indicar una implicación muy seria, pero podría
tratarse simplemente de títulos honorarios. Ahora que ya no es el jefe
habría que leer con detalle los términos de su acuerdo para saber con
seguridad hasta qué punto podría verse relegado al papel de insigne
florero. No imagino a Disney confiando el timón a Lucas para que se
maneje a su antojo. Los imagino más bien cediéndole amablemente la
mecedora del sobrinísimo Roy, mecedora ahora vacante, como su despacho.
Pero esto supongo que solo lo saben con seguridad los implicados y de
todos modos Star Wars es prácticamente una apuesta segura de cara a
taquilla, así que siendo el cine relativamente secundario para la cuenta
de resultados de Disney, tampoco sería improbable que —salvo que algún
directivo quiera colocar a su cuñado como visible cabeza creativa del
nuevo proyecto— Lucas sí termine teniendo bastante que decir en el nuevo
film. Todo es posible. Ya veremos.
Lo que sí nos consta es que Lucas, en un
anuncio más parecido a una rabieta, comunicó al mundo su decisión de
dedicarse en lo sucesivo al “cine de autor” (sabe Dios qué quiso decir
con eso, aunque supongo que en su vocabulario “cine de autor” significa
“cine barato”). Afirmaba estar cansado de las críticas constantes que
recibía por su labor en la segunda trilogía y describió a los fans de Star Wars
como lo que realmente somos: un puñado de Peter Pans nostálgicos,
quejicas y, con perdón, tocapelotas. Claro que también tuvo bastante que
ver el batacazo de Red Tails, una película bélica de esas con
mensaje, sobre la valiente tarea de un escuadrón de pilotos negros de la
II Guerra Mundial. Aunque Red Tails estaba dirigida por Anthony Hemingway,
Lucas ejerció como productor estoy-en-todo y algunos dijeron que
incluso como director en la sombra. Sea como fuere, depositó muchísimas
ilusiones en lo que él pensaba sería una nueva Lista de Schlinder
que haría saltar las lágrimas de América primero, y quizá el mundo
después. Pero cuando no encontró distribuidores para estrenar la
película, acusó a la industria de “racismo” por no confiar en las
posibilidades comerciales de una superproducción protagonizada por
actores negros (los nombres de Will Smith y Denzel Washington
no deben de sonarle de nada, supongo) y se quejó amargamente —otra
rabieta, sí— de haber tenido que pagar de su bolsillo (pobre…) gastos
tales como la cartelería publicitaria para que el público pudiera entrar
en contacto con tan imprescindible homenaje a los bravos pilotos que
bla, bla, bla. George Lucas se veía quizá recibiendo un Oscar entre las
lágrimas de los asistentes a la ceremonia y el temblor en las voces de
los narradores, pero lo cierto es que la película le pareció una
estupidez a casi todo el mundo: personajes estereotipados, diálogos
acartonados repletos de tópicos, ausencia de interés en el argumento
(¿les va sonando?) y, ¡sorpresa!, un fantástico apartado de efectos
especiales en las espectaculares batallas aéreas. En fin; otro motivo
para la pataleta y para que el amigo George decidiera que en adelante el
gran público había dejado de merecerle, la gran industria le merecía
todavía menos y que por lo tanto iba a rodar cine más minoritario,
profundo y experimental (seguimos esperando). Pero ahí lo tenemos ahora,
a punto de enfrascarse en el Episodio VII con el colchón de que, si a
la gente le parece todo mal, siempre podrá echarle la culpa a Disney.
Además de lo que pueda suceder con el film, hay fans que temen por el futuro del llamado “universo expandido” de Star Wars,
esto es, toda la constelación de libros, cómics y demás parafernalia
que ampliaban ese mundo con nuevos personajes, aventuras y
explicaciones. Algo que a algunos jamás nos ha interesado lo más mínimo,
pero que algunos aficionados han seguido con atención. Francamente,
nada de todo esto me importa demasiado. Por lo que a mí respecta, Star Wars
se limita a la trilogía de películas originales y, si me apuran, a un
puñado de juguetes de mi infancia. En el mismo momento en que salí del
cine tras terminar de ver La amenaza fantasma supe no había más tela que cortar, excepto quizá la de los vestidos de Natalie Portman.
Pero bueno, ahora las cosas están así: Disney ha adquirido la saga y
tiene toda la intención de sacarle partido. Si Lucasfilms no es puesta
patas arriba con el cambio de manos y sigue funcionando con cierta
autonomía interna, es bastante posible que el universo expandido siga
desarrollándose como hasta ahora. Lo dicho: a mí, personalmente, me
preocupa más bien poco. Pero no veo motivo por el que toda esa
parafernalia debiera dejar de producirse y dudo que Disney se moleste en
intentar darle un giro.
Volviendo al celuloide y a la nueva
trilogía que se avecina: dado que las nuevas películas empezarán,
narrativamente hablando, en un momento temporal casi inmediatamente
posterior a la trilogía original, cabe la posibilidad de que veamos a
algunos de los antiguos personajes en su época de madurez. Desde un
punto de vista comercial parece la jugada más previsible, porque es la
mejor manera de que muchos fans desencantados se molesten en regresar a
las salas de cine aunque solo sea por curiosidad, por ese gusanillo de
averiguar cómo les ha ido a Luke, Leia y Han Solo en los años
posteriores a la destrucción de la “estrella de la muerte”. Así que
podríamos toparnos con aquellos rostros conocidos de todos —no, el de Alec Guiness me temo que no— y las antiguas estrellas de Star Wars podrían volver a reunirse para la ocasión. Harrison Ford
ya ha manifestado abiertamente su interés: supongo que después de
prestarse a resucitar a un Indiana Jones que parecía más bien Rodrigo Rato
de camping, lo de interpretar a un Han Solo que va de planeta en
planeta con ayuda de un andador ya no le parece tan mala idea. Carrie Fisher
también se ha mostrado ansiosa por participar de nuevo en la famosa
saga que en su momento le jodió la existencia y casi la conduce a la
tumba, aunque desde hace años se toma con bastante humor el estropicio
en que se convirtió su vida después del éxito galáctico. Lo mismo sucede
con Mark Hammill, para quien participar en las nuevas
películas sería una oportunidad de oro de volver a tener un rol
importante en una superproducción, después de que el papel de Luke
Skywalker prácticamente anulara cualquier posibilidad de evolución
posterior en su carrera (“mira, es Luke”). De materializarse la reunión,
todos ellos ganarán bastante dinero y serían el anzuelo que, de entrada
al menos, ayudaría que muchos fans asocien mentalmente las nuevas
entregas con las películas clásicas y olviden así la irritante
adolescencia del —con perdón de nuevo— capullo de Anakin Skywalker.
Veremos lo que sucede. En principio,
tener que contemplar el periodo de jubilación de estos tres legendarios
emblemas de la saga no me parece una buena idea. Hay varias formas de
verlo, eso sí. Supongo que siempre habrá quien intente encontrarle la
parte buena a una nueva película que cuente con estos personajes, para
así disfrutar de unas horas más de entretenimiento en el universo Star Wars.
Pensando que a fin de cuentas quizá no tengamos nada que perder, me
parece una postura razonable, aunque no la comparto. Dudo mucho que los
escarceos de Luke, Leia y Han en el planeta Benidorm vayan a aportar
nada positivo al mito. Pero bueno, yo, al contrario que George Lucas, no
me creo infalible.
Cierto es que después del fiasco de la
segunda trilogía difícilmente podrían ni Lucas ni Disney arruinar más el
recuerdo: el proceso de maceración, desollamiento, destripamiento y
escabechado de Darth Vader nos demostró que no hay personaje lo
suficientemente grandioso como para no ser arruinado por la combinación
entre el vil dólar y la total ausencia de sentido común creativo. ¿Qué
tendrán en mente los de Disney? Anuncian que el Episodio VII será una
“historia original”, es decir, que no piensan adaptar nada de lo
aparecido en las diferentes expansiones del universo Star Wars y
que van a trabajar sobre un argumento completamente nuevo. ¿Escribirá
la historia George Lucas en ese cuadernito sobre el que tanto le gusta
redactar con lápiz? ¿Habrá un equipo de guionistas reunido por Disney
para que se encargue de repetir la frase “sí George, claro George” y
después hacer lo que les venga en gana mientras George se refocila
creyendo que aún aporta ideas? Quién sabe, quizá contraten a Damon Lindelof para “redondear” el guión como hizo Ridley Scott con la estupidísima Prometheus:
la verdad es que casi provoca una insana curiosidad por saber qué
nuevas cotas de excelencia podría alcanzar un hipotético tándem
Lucas-Lindelof… ¡sería un hito histórico! Aunque es posible que para
entonces Lindelof esté demasiado ocupado con esa segunda parte de Prometheus en
la que —lanzo mi apuesta desde aquí— descubriremos que los pitufos de
gimnasio a los que llaman “ingenieros” pretenden aniquilar la raza
humana porque Jesucristo era uno de ellos y acabó crucificado después de
visitar la Tierra. Si no puede participar, sin un Lindelof que
contribuya con algunos de sus psicodélicos “brainstormings” consistentes
en soltar mil disparates para que, como mal menor, le acepten cincuenta
disparates, eso nos dejaría a Lucas en solitario ante ese supuesto
equipo de guionistas de Disney. Veremos si unos escritores de la casa
aportan su toque particular: tal vez veamos una nueva taberna de Mos
Eisley repleta de criaturitas estilo Pixar, descubramos que Krypton
forma parte de la cochambrosa Federación de Comercio para la que el
padre de Supermán trabajó como repartidor, y que Papá Noel es en
realidad un Jedi que reparte juguetes como parte de un servicio
comunitario por haber sido detenido conduciendo el Halcón Milenario con
alcohol en sangre… sí, podríamos terminar siendo testigos de alguna de
estas cosas. Aunque, visto así, casi me dan ganas de que estrenen esa
séptima parte. Siempre será mejor que algo escrito en solitario por
George Lucas (“el senado tal”, “el senado cual”, “el tratado debe
firmarse”). Puestos a pifiarla, al menos que lo hagan con gracia. Y si
al final resulta que sacan una gran película, estupendo. Cosas más raras
se han visto.
…a veces.http://www.jotdown.es
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