Visto desde Europa
—donde incluso quienes no son aficionados al género identifican la
música rock con unos orígenes entroncados en la llamada “música negra”—
puede parecer extraño, pero lo cierto es que cuando uno contempla el
panorama musical norteamericano no puede evitar hacerse una pregunta:
¿por qué apenas hay músicos negros de rock? Que sean exitosos, al menos.
Si respondemos la pregunta basándonos en
el aquí y el ahora, salta a la vista que hay un problema social detrás
de todo ello: los afroamericanos, que sufrieron marginación durante
décadas, adoptaron ciertos estilos musicales como señas de identidad —el
blues, el soul, el gospel— porque eran estilos supuestamente “no
contaminados” por la influencia blanca, al contrario que el rock &
roll. Pero esto es una verdad a medias que, como suele decirse, es la
peor de las mentiras. Tal vez la mayor parte del público negro
norteamericano haya identificado esos estilos como los “auténticamente
negros”, pero los músicos de rock afromericanos, que los hay y siempre
los ha habido, aunque el éxito les haya sido casi siempre negado, son
los primeros en lamentarse por esa actitud.
La incomprensión mutua entre blancos y
negros ha sido un problema capital en la sociedad norteamericana, pero
rara vez —por no decir nunca— ha afectado a los propios músicos. Es la
industria musical, no los artistas, la que ha canalizado los prejuicios.
Pero quizá lo mejor para entender cómo se han desarrollado dichos
prejuicios es ir directamente hasta el principio.
Los años cincuenta: cuando la música tuvo los colores cambiados
“El rock & roll es blues acelerado” (Little Richard)
“Esto que ahora llaman rock & roll es rhythm & blues y llevo tocándolo quince años en Nueva Orleans” (Fats Domino)
Lo dijeron dos de los pioneros negros de
la explosión del rock & roll y evidentemente hay que hacerles caso.
Aunque a nivel nacional el rock fue popularizado sobre todo por blancos
como Elvis Presley, Carl Perkins o Bill Halley,
quienes mostraban influencias del country blanco en sus respectivos
estilos, había pocas dudas de que —en esencia— estaban tocando una
música basada principalmente en la tradición negra. De hecho, los
sectores más racistas buscaron rápidamente un calificativo burlón para
aquella nueva música, incluso aunque fuese interpretada por blancos:
“Negro Music” (la palabra “Negro”, en castellano, era usada de manera
despectiva y dio origen al aún más despectivo término “nigger”). Y
efectivamente se trataba de música negra: algunos oyentes afroamericanos
creyeron que Elvis era negro la primera vez que lo escucharon por la
radio. Buddy Holly llegó a actuar varias veces en el
teatro Apolo —hasta entonces ningún blanco había sido invitado— donde el
público negro, tras bastantes reticencias, terminó olvidando su color y
aceptando su música. Otros rockeros blancos como Jerry Lee Lewis, Eddie Cochran o Gene Vincent
habían crecido combinando las influencias musicales típicamente blancas
de su entorno con el amor por el blues negro. Su música era apreciada y
aceptada por los propios músicos negros.
El que todos estos blancos convirtiesen
la música rock en algo tan popular quizá desvirtuó, a la larga, la idea
de que el rock era básica y esencialmente música negra. Little Richard o Fats Domino
son tanto pioneros del rock como músicos de rhythm & blues con un
bagaje bastante tradicional, pero ni siquiera eso ayudó a reivindicar la
“negritud” del rock. Tampoco ayudó el que otro rockero negro, Chuck Berry,
incluyese algunas influencias del country blanco en su música —en los
años cincuenta muchos espectadores negros se sintieron perplejos por
ello— aunque su mayor influencia eran los bluesmen de Chicago como Muddy Waters.
Ya desde un comienzo, el público negro
mostró la tendencia a rechazar la explosión rock por considerarla una
versión emblanquecida de su blues tradicional. Pero al igual que los
prejuicios que tenían los blancos de entonces hacia el rock & roll,
también los prejuicios del público negro estaban sustentados en la
ignorancia musical. El blues y el country habían estado influyéndose
mutuamente desde décadas atrás; por mucho que la sociedad se empeñase en
trazar una línea divisoria entre la música blanca y la negra, los
propios artistas la traspasaban continuamente y existen multitud de
ejemplos. Los músicos, en el 99% de los casos, sólo se fijaban en la
música y les daba igual qué color tenía el artista original de quien
tomaban prestado determinado acorde o cierta forma de hacer arreglos.
En los años cincuenta resultaba ya
difícil encontrar una forma musical puramente “blanca” o puramente
“negra” entre los estilos populares cultivados por la gente. La edición
de discos, especialmente, había ayudado a traspasar las fronteras y raro
era el músico que estaba influido únicamente por músicos de su propia
raza, directa o indirectamente.
Pero el público, incapaz de captar las
más sutiles de estas influencias, seguía creyendo en barreras
divisorias, aplicando a la música los mismos esquemas que se daban en su
sociedad. Esto no mejoró con la llegada de los años sesenta.
Los sesenta: la década de los derechos civiles
El movimiento de lucha por los derechos
de los afroamericanos coincidió en el tiempo con la debacle del rock en
América: Elvis Presley se convirtió en un edulcorado producto de
Hollywood, Buddy Holly y Eddie Cochran murieron en accidente, Jerry Lee
Lewis cayó en desgracia a causa del escándalo provocado por su
matrimonio con una prima de trece años, Little Richard se pudo a grabar
gospel debido a una crisis espiritual —atormentado por el conflicto
entre su religión y su homosexualidad— y en general el rock & roll
pasó completamente de moda en América. La media década de mestizaje
musical había terminado. La música volvió a dividirse entre lo que
escuchaban los negros —que ahora era un nuevo estilo, el “soul”— y lo
que escuchaban los blancos, un pop melódico ya sin raíces en el rock.
Pero el rock iba a retornar de la forma
más inesperada. El que una nueva explosión de la música rock estuviese
provocada por cuatro británicos blancos que para colmo añadían exóticas
influencias europeas a sus canciones, era algo que ningún norteamericano
podía haber imaginado. El repentino éxito de los Beatles
terminó de poner a la música rock el marchamo de “música blanca” ante
los ojos del público negro. Los prejuicios puristas eran algo que
incluso los propios ingleses habían asimilado: Rolling Stones,
en sus inicios, se jactaban de hacer exclusivamente música negra (esto
es, rhytm & blues) y aunque parezca mentira, Mick Jagger llegó a
afirmar que ellos no eran una banda de rock, sino de blues. Jagger, en
un inicio, no quería que se los identificase con aquel “impuro” rock
& roll que tan alegremente defendían los Beatles.
La audiencia afroamericana terminó de
consolidar sus prejuicios: el rock & roll era el juguete de los
chicos blancos que quieren sonar como los chicos negros. Un negro “de
verdad” escuchaba blues y soul, no el descafeinado rock & roll. Poco
importaba que los músicos de su propia raza admitiesen con los brazos
abiertos estas nuevas corrientes musicales. Por ejemplo, cuando los
Beatles escribieron la canción Lady Madonna inspirándose en la música de Fats Domino, este les devolvió el guiño haciendo su propia grabación de la canción.
Al escucharla y comprobar lo bien que Domino se la lleva a su terreno
(su versión es francamente superior a la original) tenemos un perfecto
ejemplo de cómo un músico de base tan tradicional cono Fats se sentía
cómodo con una música que, de todos modos, llevaba su propio ADN
inscrito en ella, aunque no la hubiese compuesto él. Para entonces,
parte del público blanco estaba superando barreras, probablemente porque
culturalmente no necesitaban posicionarse a la defensiva. Pero el
público negro —aún fuertemente condicionado por su situación social— así
como los sectores más retrógrados de la población blanca seguían
negándose a aceptar que no hay música de colores, sino música y punto.
Entre otras cosas, porque las propias
compañías discográficas, especialmente las regentadas por negros o
dirigidas al público negro, cortaban las alas a cualquier músico que
quisiera ponerle un barniz blanquecino a su música. Los jugueteos de Ray Charles
con el country provocaron un pequeño revuelo, pero sólo él, que era
prácticamente el padre de la nueva música soul, podía permitirse una
“excentricidad” semejante. Otro pudo haber sido James Brown,
pero este no tenía el más mínimo interés en “blanquear” su estilo y de
hecho se volvió más impermeable a la influencia blanca con los años,
cuando el mensaje político se filtró en sus canciones e intentó hacer su
música lo más “negra” posible. Por el contrario, tras el surgimiento de
Elvis Presley cualquier artista blanco seguía teniendo carta blanca
para introducir elementos negros en su música, excepto quizá los del
mundillo country.
La estela de Jimi Hendrix
El guitarrista zurdo natural de Seattle
fue el único músico negro de rock que ha conseguido situarse como la
estrella más popular y mejor pagada del negocio sin necesidad de hacer
pop, soul u otros derivados. Hendrix, como es bien sabido, revolucionó
el sonido de la música rock al romper toda clase de limitaciones con el
instrumento más característico del estilo, la guitarra eléctrica. Sólo
ese hecho hubiese debido derribar también las barreras a nivel puramente
discográfico para otros artistas negros, pero no fue así.
A Hendrix se le puede considerar una
rareza en toda esta dicotomía racial y musical. Su influencia básica era
el blues negro, pero también se declaraba seguidor de muchos músicos
blancos, desde los Beatles a Bob Dylan. Incluso se
conserva algún dibujo de su época escolar en el que retrataba a Elvis
Presley junto a los nombres de varias de sus canciones. Hendrix no
entendía de razas y fue un pionero de lo que hoy llamaríamos “música de
fusión”, pero no es menos cierto que hubo de abandonar Estados Unidos
para triunfar. Hendrix sólo empezó a ser reconocido en Inglaterra, con
un grupo formado por ingleses blancos. En el mundillo musical del Reino
Unido a nadie le importaba demasiado el cómo y dónde ubicar en la escala
racial a un músico tan peculiar. Cuando las superestrellas inglesas le
reintrodujeron en Norteamérica, Hendrix pudo triunfar finalmente en su
propio país, pero sólo porque gozaba de la tumultuosa admiración de
todas las estrellas británicas. Aunque finalmente su faceta blues le
hacía aceptable ante los negros y su faceta rockera y psicodélica
conquistó a la generación hippie… pero había necesitado que los
británicos le sirviesen de trampolín. Otro tanto ocurrió con Taj Majal, que alcanzó más notoriedad gracias a sus más famosos fans, que por el propio interés de la industria.
Hendrix se convirtió en una influencia
musical casi tan poderosa como los propios Beatles, pero su enorme éxito
no hizo caer las barreras raciales. Cuando murió en 1970, tras sólo
cuatro años de estrellato, la situación de la industria discográfica no
había cambiado. El propio Hendrix se había sentido preocupado por los
asuntos raciales y el papel que su música jugaba en ello, lo cual le
había supuesto un considerable cruce de cables. Pero Hendrix merece un
artículo para él solo, así que dejaremos para un futuro todos estos
detalles de su biografía. Tras la desaparición de Hendrix, los músicos
negros de rock también desaparecieron de la parte alta de las listas de
éxitos, que eran frecuentemente visitadas por músicos negros de otros
estilos. Él fue una excepción que a día de hoy no ha vuelto a repetirse.
Los años setenta
Cuando se piensa en artistas negros de
los años setenta, invariablemente nos vienen a la mente músicos de soul,
funk, jazz y similares. No hubo grandes estrellas del rock negras en
aquella década, aunque sí hubo estrellas que hicieron música rock entre
otras cosas. Como Ike & Tina Turner, que interpretaron célebres versiones de éxitos rockeros (la más célebre su versión de Proud Mary, original de Creedence Clearwater Revival)
pero que, dado que tenían un pie y medio en el soul, no eran
considerados estrictamente “músicos de rock”, lo cual les hacía
comercialmente viables.
Algunas estrellas negras del momento, de
hecho, no alcanzaron el éxito hasta que en su música no primó el
“elemento negro”. Un buen ejemplo es George Clinton: si bien es lógico que los dos primeros álbumes de su banda Funkadelic fuesen minoritarios debido a lo estrambótico de su rock experimental al estilo Mothers of Invention, el debut de su otro grupo, Parliament, publicado
en 1970, estaba repleto de rock al estilo Hendrix que probablemente
hubiese triunfado de haber sido interpretado por una banda de músicos
blancos. Las dos bandas de George Clinton sólo conocieron el éxito
masivo cuando dieron un giro hacia el funk y el soul. Aunque incluso
tras ese giro siguió habiendo muchos elementos de rock en su música, el
poderlos categorizar como “bandas de funk” sirvió para abrirles el
camino… y eso que su público era mayoritariamente blanco. Aun así, el
primer guitarrista de George Clinton, Eddie Hazel, nunca
se convirtió en una estrella pese a su enorme talento como guitarrista y
al potencial que demostró en su único disco en solitario (sirva como
ejemplo su fabulosa versión del California Dreamin’) mientras muchos guitarristas blancos gozaban de su condición de “guitar-heroes” en aquellos mismos años.
¿Casualidad? Probablemente no. Otros grupos como Mother’s Finest
—técnicamente una banda interracial, ya que el guitarrista y el batería
eran blancos— no dieron ese giro definitivo hacia el funk y el soul,
que formaban parte de su música pero estaban subordinados a un sonido
fundamentalmente rockero. Nunca alcanzaron el éxito masivo, aunque
méritos no les faltaban y su sonido se ajustaba como un guante
a lo que se estilaba por entonces. Era un grupo tan poderoso como las
mejores bandas blancas del momento, y de hecho alguna de esas grandes
bandas blancas intentó servirles de trampolín eligiéndoles como
teloneros en alguna gira… pero Mother’s Finest nunca pasaron de un
moderado éxito, algo que les impide ser recordados hoy como uno de los
grandes nombres de la década. Lo tenían todo para triunfar: canciones,
directo, imagen… todo excepto el color de piel adecuado.
Ellos mismos ironizaban sobre lo complicado de su estatus en el mundillo musical, y grabaron la canción Niggiz can’t sang rock’n’roll (“Los negratas no pueden cantar rock’n’roll”)
que no sonaba en absoluto diferente a lo que podían hacer algunos de
los grupos de rock más exitosos de lo ssetenta. De hecho, de haber
tenido otro título y haber sido grabada por un grupo blanco, hoy la
recordaríamos como lo que merece ser: un clásico de la década. Pero el
controvertido título (“Niggiz” era el equivalente del término insultante
“niggers”) les valió las protestas de algunos sectores, incluyendo
alguna prominente figura política negra —¡como si ellos mismos no fuese
negros!— y tuvieron que retirar el tema de su repertorio. No sólo eran
demasiado rockeros para ser aceptados por el público negro, sino que
tenían demasiado sentido de la ironía para ser entendidos por su propia
raza y la industria discográfica en general. Y cometían el peor de los
pecados: no eran lo bastante negros, ni lo bastante blancos.
También compuestos por miembros interraciales aunque con un sonido menos accesible, Defunkt es el proyecto personal del carismático trombonista Joe Bowie. Nacieron haciendo una imposible mezcla de estilos, desde el punk al jazz. Su atrevimiento, su música totalmente contracorriente
(surgieron a final de los setenta con una base de puro funk, justo
cuando el funk acababa de pasar de moda) y las letras combativas y
comprometidas de Bowie siempre les han dado una personalidad particular.
Han grabado varios grandes discos, y su momento pudo haber llegado en
los noventa con la grabación del magnífico Crisis, que tenía un
sonido bastante rockero, muy acorde a la época, pero como suele suceder
en estos casos nadie les hizo caso. Defunkt han sobrevivido tocando en
los círculos jazzísticos, donde su habilidad musical es enormemente
apreciada (la extraordinaria bajista del grupo, Kim Clarke,
se ha edificado toda una leyenda como instrumentista), aunque Joe Bowie
siempre fue un personaje cuya personalidad hubiese pegado mucho más en
la escena rock. El que Defunkt no hayan sido mucho más famosos es otro
de los muchos inquietantes “misterios” que nos dan que pensar sobre el
título de este artículo.
El punk negro
El caso de Mother’s Finest es relevante
por la calidad de su música y porque aunque no conocieron el éxito
llegaron a bordearlo, pero no fueron ni mucho menos la única banda negra
de rock de los setenta. Tan sólo fue una de las pocas que lograron
pasar del primer disco y ser conocidos más allá de su local de ensayo.
Por ejemplo, hace unos años la gente redescubrió a Death,
un “power-trio” de los setenta que sólo llegó a grabar un single
durante aquellos tiempos. Eran tres negros de Detroit, la ciudad de
Motown, pero lejos de hacer soul estaban influidos por las bandas
guitarreras de la parte blanca de la ciudad, especialmente MC5. La influencia de MC5 hizo que Death sonasen a punk antes de que el punk fuese oficialmente “inventado”
y eso les ha convertido en objeto de culto: tres negros de una
metrópolis industrial americana adelantándose en varios años a los
jóvenes británicos sin que a nadie en la industria o la prensa musical
le importase lo más mínimo. Obviamente, aquel sonido a mediados de los
setenta tenía el potencial de resultar revolucionario, e incluso alguna
de sus canciones tenía espíritu punk ya en el título,
por no hablar de la estructura de la canción en sí y la actitud vocal
tan burlona del cantante. Pero lógicamente, conociendo la trayectoria de
la industria, nadie les hizo el más mínimo caso. Sólo a raíz de su
redescubrimiento se editó un disco con antiguas grabaciones que no
habían salido a la luz.
El punk, de hecho, era un estilo que
podría haber arrasado entre la juventud negra. Era una música agresiva
con la que liberar frustraciones, nacida entre gente que sentía
marginada o desorientada, y destinada al mismo tipo de gente, con una
actitud combativa y un mensaje nihilista (el famoso “no future” de los Sex Pistols) que hubiese calado muy hondo en los barrios negros de Norteamérica. Y estuvo a punto de hacerlo: surgieron bandas como Pure Hell, con un sonido 100% punk (y títulos igualmente punk: “I feel bad”).
Pure Hell también fueron menospreciados por la industria, y grabaron un
LP que tuvo que esperar ¡treinta años! para ser finalmente publicado,
mientras que en aquel mismo 1978 decenas de bandas blancas que sonaban
exactamente igual editaban singles y álbumes continuamente.
Pero la aparición del hip-hop ocupó el
lugar que estuvo a punto de ocupar el punk entre la juventud negra
norteamericana: esta vez sí, al tratarse de un estilo “puramente negro”,
la industria la vio con buenos ojos, el público negro lo aceptó como
“auténtico” y sus estrellas llegaron a tener un gran éxito. Las bandas
negras de punk se vieron condenadas al ostracismo, incluso un grupo tan
importante como Bad Brains, pioneros del “hardcore”
(mezcla de punk y heavy metal) y sin duda la banda negra de punk más
importante, cuya repercusión e influencia a nivel underground fue enorme
no sólo en Norteamérica sino en Europa. En España, por ejemplo,
tuvieron cierto renombre en los ochenta y se solía poner sus discos en
muchos garitos de rock y punk. La primera vez que los escuché, siendo
aún un escolar, estaban sonando en una tienda de discos y tuve que
preguntar qué era aquello
porque estaba alucinado ante lo que salía de los altavoces (ni se me
ocurrió que podían ser negros). Bad Brains tuvieron un papel clave en el
desarrollo de un sonido que bastantes años después arrasaría en las
listas de éxito, pero su repercusión comercial estuvo muy por debajo de
su influencia puramente musical. Hoy en día, multitud de grupos que han
triunfado en Estados Unidos le deben muchísimo a su sonido. Pero los
años ochenta eran el momento de que los negros escuchasen hip-hop y los
blancos ya tenían sus propias bandas a las que seguir, así que Bad
Brains se crearon una leyenda en los círculos punk y metálicos, pero
jamás gozaron de la repercusión comercial de grupos blancos de su tiempo
que hacían una música similar. Un ejemplo más a añadir a la lista.
El breve momento de gloria del “rock de fusión”
Con todo, los ochenta fueron una década
en que las barreras raciales en la industria musical norteamericana
parecieron estar —por un momento— a punto de resquebrajarse, pero el
nuevo muro establecido por el hip-hop demostró ser demasiado resistente.
En aquella década saltaron al estrellato
estrellas negras del pop o de la “música de fusión” que de algún modo u
otro reconocían abiertamente su deuda con la música rock. Michael Jackson
nunca grabó música rock, pero su afición por el estilo era bien
conocida, muy especialmente su fijación por los guitarristas eléctricos:
invitó a Eddie Van Halen para que tocase en el single Beat it, del álbum Thriller. Años más tarde haría otro tanto con Slash, guitarrista de los Guns N’ Roses. Más evidentes eran las influencias rockeras en Prince,
a quien podíamos ver a menudo con una guitarra eléctrica en las manos
—era de hecho su instrumento de elección— y que sí grabó varias
canciones que pueden considerarse rock en toda regla, entre ellas su
megaéxito Purple rain. Pese a sus influencias rock, tanto
Prince trinfó porque seguía respondiendo básicamente al estereotipo de
músico de soul-funk de fusión, en la onda Sly Stone.
Más difícil lo tuvo Terence Trent D’Arby:
poca gente se acuerda de él hoy en día (hasta que se le nombra) pero
obtuvo un éxito mundial resonante con su primer y extraordinario disco Introducing the hardline according to Terence Trent D’Arby,
una colección de canciones en la onda soul-funk-pop de Prince que le
convirtieron en el sucesor natural de las grandes estrellas negras del
negocio. Sin embargo todo se le vino abajo cuando cometió el pecado
capital de querer grabar discos de rock. Ya en su segundo trabajo cambió
la orientación de su música, diciendo en las entrevistas que se sentía
tan influido por Hendrix, Led Zeppelin y los Rolling Stones como por James Brown, y empezó a grabar fantásticas canciones en consonancia.
El público y la prensa simple y llanamente le dieron la espalda; no se
aceptó su propósito de dejar de lado el soul-pop que le había hecho
triunfar y la crítica fue —injustificadamente— bastante dura con él. Se
le destronó con saña y el mismo ímpetu con el que se había encumbrado no
mucho tiempo atrás. Hoy, tras mudarse a Italia, sigue grabando y
actuando con el nombre de Sananda Maitreya, y ha aceptado la idea de que seguirá siendo un artista minoritario pese a que ocupó el trono del pop por un día.
Terence Trent D’Arby lo intentó y no se
le permitió, pero a veces se producen modas inesperadas. El auge del
“rock de fusión” que mezclaba abiertamente rock “blanco” con funk
“negro” y que propició el éxito de Red Hot Chili Peppers, Primus, Jane’s Addiction, Faith No More
y compañía (de un día para otro pasaron de ser ignorados a convertirse
en grandes estrellas) llevó a las portadas de la prensa musical el
mestizaje, como nueva prueba de que a los músicos poco les importaban
las etiquetas. Incluso propició el éxito —temporal, pero resonante— de
una banda de rock negra: Living Colour. Si bien para
que se les hiciera caso necesitaron del apadrinamiento de Mick Jagger,
quien les produjo su primera maqueta y que usó el peso de su propio
nombre para ayudarles a salir a la luz. El poderoso single Cult of personality les convirtió en estrellas durante un tiempo y aun tuvieron tiempo de grabar otros éxitos (por ejemplo la excepcional Love rears its ugly head)
antes de pasar de moda. El de Living Colour fue un caso bastante raro
de éxito en una banda de rock negro, aunque después su renombre decayó
misteriosamente en comparación con las bandas blancas de su generación y
terminaron separándose (en años recientes se han vuelto a reunir).
El éxito de Living Colour sirvió para
hacer público un asunto del que tratamos en este artículo pero del que
prácticamente nunca se hablaba, aunque resultaba flagrante. El
espectacular guitarrista del grupo, Vernon Reid,
aprovechó su repentina fama para quejarse del ostracismo al que se veían
sometidos los músicos negros de rock, tanto del pasado, como gente que
él conocía. Culpaba a la política de la industria discográfica pero
también a los prejuicios del público. Incluso creó la “Black Rock
Coalition”, una especie de asociación de músicos negros destinada a
reivindicar el papel que los negros habían hecho y podían hacer en el
rock. Vernon Reid no entendía por qué existía el concepto de que los
blancos escuchan rock y los negros escuchan hip hop y r&b. Él, como
sus compañeros de grupo y otros muchos músicos negros, era un músico de
rock y se quejaba amargamente de los prejuicios e ignorancia de mucha
gente.
Su empeño sirvió de poco. Los grupos de
rock negro que no gozaban de un mecenas tan poderoso como Mick Jagger,
se veían condenados a, como mucho, la suerte de los Mother’s Finest de
este mundo, esto es: a dar que hablar durante un tiempo pero sin
alcanzar el éxito masivo. El ejemplo más sangrante fue el de Fishbone,
una especie de versión guitarrera y alocada de Defuknt, que grabaron
uno de los mejores discos de “rock de fusión” (y uno de los mejores
discos de rock de los años noventa), The reality of my sorroundings.
Demostraban una singular maestría para mezclar todos los estilos
imaginables: rock, pop, funk, heavy metal, jazz, psicodelia, punk, ska,
reggae… todo en un mismo disco y sin que sonase a pastiche. Incluso
tuvieron alguna canción que sonaba como un éxito aunque nunca llegase a serlo.
Sus directos eran espectaculares y la prensa de la época comentaba cómo
solían merendarse a algunos de sus amigos y rivales, como los Red Hot
Chili Peppers (que también atravesaban un gran momento en directo). Pero
ni la calidad de su música ni el respeto de sus colegas de profesión
sirvieron para romper la barrera invisible —o por apropiarnos de un
término feminista, el “techo de cristal”— que afecta a los músicos
negros de rock. Hoy Fishbone sobreviven tocando en festivales ska y
similares, pero los tiempos de su atrevida mezcla de estilos quedan
atrás. Se quejan aún más amargamente que Living Colour, y con la misma
razón, de los prejuicios imperantes.
Si Fishbone no lo consiguieron, muchas menos esperanzas tenían bandas como 24-7 Spyz,
cuyo potencial comercial era, de entrada, bastante menor (al menos en
sus primeros discos, cuando tenían un sonido más primitivo). El
guitarrista y líder de 24-7 Spyz adoptó el nombre de Jimi Hazel
como homenaje a sus dos mayores ídolos, Jimi Hendrix y Eddie Hazel. La
moda del rock de fusión pasó sin que el grupo consiguiera captar mucha
atención, aunque su nombre se dejó oír, a nivel minoritario, incluso en
Europa. Ya sin el cantante original y previendo que el éxito les iba a
esquivar por siempre, Jimi Hazel continuó con la banda por pura
vocación, sabiendo que su oportunidad se había desvanecido. Aunque su
música, que Hazel denomina “heavy metal soul”, fue mejorando con los
años y han grabado algunos temas con auténtico gancho (¿o esta maravillosa canción no hubiese sido un éxito si la hubiesen grabado No Doubt?),
jamás han captado la atención del público y nunca han salido del
underground. Pero claro, el orondo Jimi Hazel no se parece a Gwen Stefani
precisamente y para colmo es negro y hace música rock en un país en el
que a los negros sólo les importa el hip-hop, y donde la industria
discográfica ignora a cualquiera que lleve una guitarra colgando y sea
del color de piel equivocado. Si Hazel fuese un blanco guaperas con
caída de ojos a lo John Mayer, estaría tocando en
estadios… pero no lo es. 24-7 Spyz han seguido actuando en clubs
norteamericanos, sabiendo que no saldrán de allí, lo cual almenos les
permite hacer lo que les da la gana en cualquier estilo, improvisando a
lo loco y demostrando que, en cuanto a poderío, no tienen nada que envidiarle a nadie.
No hay muchas bandas de rock con ese nivel ahí fuera, pero
desgraciadamente nunca llegarán a ninguna parte. La industria está
demasiado ocupada vendiendo a Lady Gaga.
Rappers y rock
Hablando de fusión, desde los círculos
del hip-hop, los músicos (que no el público) le han echado
tradicionalmente una mano al rock. Ya en los ochenta, el exitoso combo
de rap Run DMC ayudó a unos Aerosmith en horas bajas a volver a captar la atención del público, gracias a la versión conjunta de Walk this way y
su divertido videoclip, que arrasó en la MTV. Aunque aquello sirvió más
para aligerar los prejuicios del público blanco que de la audiencia
negra y de la industria. Ni siquiera el que la banda de rap
reivindicativa por excelencia, Public Enemy, regrabase una de sus canciones junto a un grupo de heavy metal como Anthrax sirvió para cambiar la actitud de la gente. Uno de los guitarristas de Anthrax, Scott Ian,
había sido fan de Public Enemy y había lucido camisetas de Public Enemy
durante años, para perplejidad de su público metalero. Los legendarios
raperos se lo reconocieron grabando una de sus canciones a medias con
Anthrax, la arrolladora Bring the noise.
Pese a que Scott Ian nunca ejercía como cantante, hasta le dejaron
rapear un fragmento, cosa que no hizo nada mal. La mezcolanza entre
ambos grupos pilló a contrapié tanto al mundillo metálico como al del
hip-hop, pero puso de manifiesto por enésima vez que los músicos no
entienden de barreras, aunque el resto del mundo se empeñe en que sí las
hay. De hecho, esa mezcla de rap y metal terminó convirtiéndose años
después en el ingrediente básico de varios grupos —blancos, eso sí— que
arrasaron en las listas norteamericanas.
También Ice-T, el
“padre del rap gangster”, sorprendió a su público y a la prensa musical
con una decisión bastante arriesgada, juntándose con unos amigos negros y
formando una banda de hardcore y metal, Body Count, que dio bastante que hablar con su primer disco.
Una vez más, uno de los grandes nombres
del rap ponía de manifiesto que las barreras raciales y estilísticas que
tanto preocupaban a su público no condicionaban a los propios artistas,
o al menos a aquellos que eran sinceros con sus propios gustos. Aunque
el inesperado movimiento de Ice-T escandalizó tanto a parte de su
público negro como al sector más discutible de metaleros norteamericanos
(especialmente los neonazis que admiran a una de las bandas de metal
que Ice-T reivindicó públicamente, Slayer), al propio
rapper le importó bien poco lo que pensara la gente y criticó
abiertamente la cerrazón de buena parte del público y la manía de la
prensa y la industria por colocarle etiquetas a todo.
¿Y ahora?
Resulta evidente que el rock está
atravesando su peor momento comercial desde que nació en los años
cincuenta, e incluso una época que en su momento se consideró
comercialmente floja para el estilo —los ochenta—parece un Jardín del
Edén rockero cuando se contempla desde hoy. Así que la idea de que
surjan nuevas estrellas negras del rock es más irrealista que nunca. La
división racial en la música sólo ha desaparecido de un lado. Un artista
blanco puede triunfar haciendo cualquier tipo de música, pero un
artista negro no.
Quizá la única o al menos la mejor forma
de darse a conocer es ganándose el respeto de la crítica y fabricándose
un renombre en la prensa musical que termine trasluciéndose en la
atención del público. Algo así es lo que ha hecho por ejemplo Ben Harper, quien pasó años sin conseguir apenas atención del público, pero ganándose a la crítica. Finalmente su fantástico trabajo
ha logrado colarse entre parte del público, que es más de lo que
parecía que iba a conseguir cuando grababa discos acústicos, totalmente a
contracorriente, hace algunos años.
Pero si la peor faceta de la música es
el modo en que es etiquetada y comercializada de manera maniquea, lo
mejor es la facilidad con la que llega a la sensibilidad de determinadas
personas saltándose todas las barreras imaginables. Cualquiera puede
echar un vistazo en Youtube y comprobar cómo hay jóvenes norteamericanos
—que casualmente son de raza negra— y que se quejan de la incomprensión
que sufren, incluso de sus propios amigos, cuando resulta que la música
que más disfrutan es el rock. Alguno de esos jóvenes, además, tocan sus
respectivos instrumentos… lo más probable es que nunca salgan del
anonimato, pero uno nunca sabe dónde surgirá el próximo Hendrix, si es
que algún día ha de aparecer tal cosa. Para un seguidor europeo de la
música rock todo este asunto es de un absurdo surrealista, y sin embargo
ese es el modo en que funciona la industria musical norteamericana. Lo
peor es pensar en los grupos cuya música podríamos estar disfrutando y
que no han llegado a darse a conocer. La idea de que el músico
afroamericano está predispuesto al jazz, el blues, el soul o el funk
siempre ha sido una media verdad, que es la peor de las mentiras. Los
negros no pueden cantar rock & roll. Así son las cosas.
http://www.jotdown.es
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