http://www.vice.com/es/vice-news/sofex-the-business-of-war-part-1
POR SHANE SMITH
FOTOS DE JOSEPH PATEL Y MATT RUSKIN
La Dillon Aero M134D Gatling, una
“ametralladora de seis cañones alimentada con energía eléctrica que
dispara munición de 7,62 mm a una velocidad de 3.000 disparos por
minuto”. Esta era una de las incontables máquinas de matar que se
expusieron en el SOFEX.
Foto por cortesía de Dillon Aero.
“Sabes, tío, es extraño. Aquí todo el mundo se muestra muy cordial,
pero, en definitiva, lo que estamos haciendo es, bueno, comprar armas
para aniquilarnos unos a otros. No es que quiera, en fin, sonar como un
liberal o algo por el estilo. Pero en realidad no hay glamour en todo
esto. Joder, estas mierdas sirven para matar gente”. Lo chocante es que
esto no lo decía un hippie antibelicista que se acabara de tomar un
ácido, sino un sargento de los Marine Corps Force Recon, de casi dos
metros de estatura, recién llegado de cumplir dos misiones en
Afganistán. Él y yo estábamos en Jordania asistiendo a la edición de
2010 de la Exposición de las Fuerzas de Operaciones Especiales (SOFEX), y
el motivo de su airada reacción fue la planta destinada al comercio: un
mar de quioscos y expositores de compañías armamentísticas donde se
mostraban misiles, ametralladoras, tanques y bombas como si fueran la
próxima gama de sedanes de lujo. El mayor patrocinador de la expo eran
los Estados Unidos de América.
Cuando llegué al SOFEX me acordé de cuando yo era un joven punk y lo
que procedía era decir cosas como “El complejo militar-industrial se
está apoderando del mundo”. Entonces yo ni siquiera sabía qué
significaba eso de “el complejo militar-industrial”, pero este congreso
no iba a tardar en facilitarme una definición literal del término.
El SOFEX se lleva a cabo cada dos años en Amán, y es en buena medida un
invento del rey de Jordania, Abdalá II, a quien le encantan las
operaciones especiales y los grandes despliegues de artillería. A lo
largo de una semana, más de 12.000 asistentes se patearon las alrededor
de 30 carpas levantadas en el desierto, acogiendo a una cifra aproximada
de 300 vendedores. La atmósfera era insidiosa pero abierta, un
todo-vale en el que compañías norteamericanas como Northrop Grumman,
Boeing y General Dynamics vendían armas a prácticamente cualquiera que
pudiera permitirse pagarlas.
La Ultimate Warrior Competition está
patrocinada por el KASOTC, un “centro de entrenamiento antiterrorista”
en Jordania fundado por el rey Abdalá.
He asistido a docenas de ferias comerciales deprimentes, y los
vendedores del SOFEX no son diferentes del resto si exceptuamos que sus
mercancías están diseñadas para destruir cosas y espachurrar gente.
Presencié cómo representantes de casi todas las naciones gastaban
millones de dólares en distintos tipos de munición pesada; me pregunté
si las transacciones no estarían sufragadas con ayudas procedentes de
Estados Unidos y otros países. Oí a militares de alto rango decir cosas
como, “Cuando me retire me sentaré al otro lado de la mesa, ja, ja, ja”.
Lo que esto significa es que no es infrecuente que generales del
ejército, con salarios gubernamentales del orden de los 100.000 dólares
anuales, dediquen el ocaso de sus carreras a comprar miles de millones
en munición a las empresas fabricantes de armamento, que a cambio
ofrecerán a esos generales tras retirarse del ejército empleos como
“consultores” con unos salarios igualmente astronómicos. Es flagrante
cohecho, un chanchullo tan corrupto que bordea lo increíble. El absurdo,
precisamente, resultó ser el tema principal sobre el que giró el
encuentro.
Cada edición del SOFEX da comienzo con una “demostración de fuerza”
organizada por el rey Abdalá. En esta ocasión consistió en un simulacro
de operación antipiratería a cargo de un cuerpo de militares de élite.
Observé cómo unos combatientes de pega caían del cielo con una especie
de humo púrpura saliéndoles del culo para hacerse con el control de un
“barco”, en realidad un montón de contenedores de mercancías aislado en
un punto en medio del desierto. “¿Pero qué coño está pasando aquí?”,
pensé. Nadie parecía tener el más mínimo contacto con la realidad.
Una vez inaugurado, las escenas que se desarrollaron cada día en el
encuentro me recordaron a una fiesta con barra libre en el Lower East
Side, pero en lugar de chavales arremolinándose en el bar para pillar
vodka gratis había en cada stand cinco filas de generales intentando que
se cursaran sus pedidos de armas con guía láser y camiones
lanzacohetes, los dos productos estrella del espectáculo.
Al igual que en cualquier otra feria, las
demostraciones de productos y las pruebas en vivo y en directo son la
norma en SOFEX. Esta, con helicópteros, formaba parte de la
“demostración de fuerza” del rey Abdalá, el bufé de ejercicios de
operaciones especiales que precedió a la parte estrictamente comercial
del encuentro.
Generales de todas partes asistieron de punta en blanco, como si el Dr.
Maligno celebrara un pase de moda. Los más atildados eran los
generalísimos africanos, con sus atuendos horteras con chapados de oro y
sus enormes sombreros. Los que más mala espina daban eran los de las
repúblicas ex soviéticas, que parecían mafiosos y asesinos a sangre
fría. Aquellos eran los maléficos bastardos a los que James Bond o
Rambo, superando todas las dificultades, tenían que eliminar. El
problema es que las armas que allí se estaban vendiendo y comprando eran
muy, muy reales. Un vendedor de misiles Javelin me dijo: “Han tenido un
éxito increíble, no sólo entre las tropas americanas si no también
entre otras fuerzas”.
Esto significaba, tal como yo lo interpreté, que tanto los soldados
americanos como sus enemigos podían, en teoría, utilizar exactamente las
mismas armas para reducirse mutuamente a cachitos. Lo cual sólo
arrojaba beneficios netos para las empresas que se las habían vendido.
Estaba clarísimo que el SOFEX, con toda su pompa y toda su fatuidad, no
era sino una excusa apenas encubierta para vender armas fabricadas en
los USA a cualquier fuerza militar con dinero para comprarlas. Las
empresas de armamento estadounidenses tienen, en teoría, prohibido
vender armas a regímenes rebeldes, pero existe un agujero legal según el
cual sí pueden vendérselas a “naciones amigas de Jordania”.
Un ex Marine y veterano de la guerra en Irak accedió a identificar para
mí varias de las armas a la venta en el SOFEX que se utilizaron contra
él y sus camaradas durante sus servicios en Afganistán e Irak (los
misiles de la empresa china Norinco, por ejemplo, son de los más
utilizados por los insurgentes iraquíes). Fue un shock descubrir que
prácticamente cualquier país del mundo puede, si le da la gana, adquirir
misiles tierra-aire diseñados específicamente para derribar aviones en
pleno vuelo. Se daban también unas cuantas configuraciones de “doble
propósito”: es ilegal que ciertos países adquieran vehículos de combate
totalmente equipados, pero no que compren vehículos de una compañía y
armas de otra, que después pueden ensamblar como si fuera un Lego para
crear una especie de Airwolf asesino. Lugares no muy amistosos
como Libia y Corea del Norte son en la actualidad maestros de esta
práctica de “Frankensteining”.
En SOFEX, sorprendentemente, todo dios estaba más que dispuesto a hablar conmigo: habían asumido que trabajaba para Jane’s, la más importante revista sobre comercio de armas y equipos militares. Era el equivalente de ser de GQ o Vanity Fair
durante la Semana de la Moda de París. La economía de la región se
sustenta en explotar el terrorismo, el miedo, la paranoia y el
contraterrorismo, y no me cuesta entender por qué la gente se deja caer
por estas jaranas: no lo puedo negar, es divertido disparar a un tanque
viejo con un lanzacohetes, ver unas ametralladoras Gatling cortar una
casa por la mitad como si fuese de mantequilla, lanzar un misil hacia el
cielo estrellado. Pero después te das la vuelta y te encuentras con un
veterano de guerra de ojos acerados que se encarga de que toques de
nuevo de pies en tierra: “Estas cosas tienen una función. Matar gente”.
Ah, sí. Claro.
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